Por muchos años, nos ensenaron que practicar la gratitud era sinónimo de buenos modales y que reflejaba la calidad de nuestros valores. Hoy, reconocemos el impacto que tiene en nuestro cerebro y su probada capacidad para regular nuestras emociones. Hablemos un rato sobre cómo esto se logra y qué herramientas tenemos para provocarla, cuando no la sentimos.