La verdadera confesión nace de un corazón quebrantado. En este estudio veremos la diferencia entre una confesión vana como la de Adán, Eva o Saúl y una confesión genuina como la de David y el hijo pródigo.
Dios no busca palabras bonitas, sino corazones sinceros que reconozcan su pecado y vuelvan al Padre.
Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos y limpiarnos de toda maldad. — 1 Juan 1:9