La Escritura nos enseña que los creyentes en Cristo somos extranjeros y peregrinos en este mundo (1 Pedro 2:11). No porque seamos sin patria terrenal, sino porque nuestra ciudadanía está en los cielos (Filipenses 3:20), y nuestra vida aquí es una travesía hacia nuestro verdadero hogar: la presencia gloriosa de Dios.
Hebreos 11 nos recuerda que los héroes de la fe vivieron como extranjeros y peregrinos sobre la tierra, “esperando una ciudad con fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Hebreos 11:10,13–16). Ellos vivieron por fe… y nosotros somos llamados a hacer lo mismo.