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Charles Widmore aparece a caballo en plan señor feudal de la Isla y entra en la tienda donde el joven Ben se está recuperando del balazo que le metió Sayid.

Ben y un joven Ethan están espiando a Danielle Rousseau. Ethan quiere jugar a comando, pero Ben le manda callar y entra solo. Ve a Rousseau dormida, apunta con su pistola, pero el bebé empieza a llorar y se le derrite el corazoncito. En lugar de matarla, secuestra al bebé, tira una caja de música (detalle tierno, pero caótico) y le dice a Rousseau que corra si oye susurros. Clásico consejo lostiano.

Ben, feliz con la pequeña Alex en el columpio, recibe la visita de Richard Alpert, que le informa de que hay embarque de submarino. Ben decide ir al muelle para ver a un Widmore esposado y humillado. Widmore ha sido desterrado por salir de la isla para tener familia y hacer turismo con “una extraña” (Penny incluida). Le lanza a Ben la profecía: “Algún día tendrás que elegir entre la Isla y Alex.” Spoiler: sí, y mal. Widmore se marcha con la cabeza alta, y Ben hereda oficialmente el título de “manipulador jefe de la isla”.

Ben vuelve a la civilización con un plan muy sano: asesinar a Penny Widmore. Llama al propio Widmore para avisarle, como buen psicópata educado. Llega al muelle, se cruza con Desmond (porque el destino es un guionista cruel), le dispara pero no lo mata, y se dirige al barco. Apunta a Penny, que está con su hijo, y le dice que su padre mató a su hija. Penny le suplica, pero Ben no escucha… hasta que ve al niño Charlie. Se le congela la conciencia por tres segundos, baja el arma, y Desmond lo apaliza hasta dejarlo flotando en el puerto como una bolsa de basura arrepentida.

Ben intenta manipular al grupo de supervivientes y convence a Caesar de que Locke podría ser peligroso. Cuando Caesar saca la escopeta, sorpresa: ya no la tiene. Ben la ha robado y lo mata de un disparo. “Considéralo una disculpa”, le dice a Locke. La terapia de grupo empieza fuerte.

Ben y Locke llegan y descubren que Sun y Frank están en la vieja casa de Ben. Sun les enseña una foto de los Dharma de 1977, y Ben se queda en shock al ver que sus viejos amigos estaban infiltrados allí. Frank, como siempre, aporta el sentido común: “¿De verdad vais a seguir a un muerto y a un asesino?” Sun, por supuesto, dice que sí.

Ben se mete en su despacho secreto y abre un túnel detrás de la estantería. Encuentra una cámara subterránea con un charco y un mecanismo. Lo acciona, el agua desaparece, y Ben susurra a la cueva: “Estaré afuera.” Traducido: “Monstruo, tenemos cita pendiente.”
Arriba, Locke le confiesa a Sun que nunca había visto algo como su propia resurrección. Ben asiente, probablemente pensando: “Yo tampoco, y ya he visto cosas.”

Como el humo no aparece, Locke decide ir a buscarlo. Ben, resignado, lo sigue hasta el Templo, donde Locke le dice que se meta por un agujero del suelo. Antes de bajar, Ben le deja a Sun un recado: “Si salgo de esta, dile a Desmond que lo siento.” Un bonito gesto para quien le pegó un tiro.

Ben cae por un agujero y acaba solo entre ruinas egipcias llenas de jeroglíficos. Encuentra un mural de un dios (probablemente Anubis) y al Monstruo en formato arte rupestre. Entonces se oye el zumbido clásico y el humo aparece, envolviéndolo. Ben ve flashes de su vida: Alex, Widmore, su culpa, su miseria. Terapia intensiva en 4D.

El humo desaparece… y reaparece como Alex, que lo agarra y le grita que sabe que planea matar otra vez a Locke. Le ordena que lo siga y lo obedezca o lo destruirá. Ben, más blanco que nunca, promete hacerlo. Alex se esfuma, y Locke reaparece justo a tiempo con una cuerda. “¿Qué ha pasado?”, pregunta Locke. Ben, derrotado, contesta: “Me ha dejado vivir.”

Y así termina: Ben redimido a la fuerza, Locke jugando a mesías resucitado, y el espectador preguntándose si el monstruo era más justo que la mitad de los humanos de la serie.