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Hoy estaremos leyendo Job 41 y 42, Gálatas 3:15-29 y el Salmo 122. En Job 41 y 42, Dios muestra a Job su poder al hablar del Leviatán, una criatura imponente que nadie puede dominar, excepto Él. Ante esta revelación, Job se humilla y declara: “De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven” (42:5). Finalmente, Dios restaura su vida, dándole el doble de lo que había perdido. Este pasaje nos recuerda que, cuando reconocemos la grandeza de Dios y nos rendimos ante Él, su gracia y restauración se hacen evidentes en nuestras vidas.

Reflexiona: ¿Estás dispuesto a dejar tu orgullo a un lado y confiar en que solo Dios tiene el poder de restaurar lo que está roto en tu vida?

En Gálatas 3:15-29, Pablo enseña que la promesa hecha a Abraham es cumplida en Cristo. La ley no anula la promesa, sino que nos condujo a Cristo. Y ahora, al creer en Él, ya no hay distinción: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (v. 28).

Reflexiona: ¿Vives con la seguridad de que eres heredero de las promesas de Dios por medio de la fe en Cristo? ¿Estás caminando en la unidad que Él nos da como familia de la fe?

En el Salmo 122, David expresa su alegría por ir a la casa del Señor: “Yo me alegré con los que me decían: A la casa de Jehová iremos” (v. 1). Este salmo también incluye un llamado a orar por la paz de Jerusalén, recordándonos la importancia de interceder por el pueblo de Dios y deleitarnos en su presencia.