Hoy estaremos leyendo Jeremías 33-34, Hebreos 3:1-6 y Proverbios 9:11-18. En Jeremías 33, Dios habla palabras de esperanza en medio de la ruina. Mientras Jerusalén está rodeada por el enemigo y Jeremías sigue encarcelado, el Señor le dice: “Clama a mí, y yo te responderé.” A pesar del juicio, Dios promete restauración, sanidad y abundancia. Declara que David nunca dejará de tener un descendiente en su trono, una profecía que se cumple en Cristo, el Rey eterno. En Jeremías 34, sin embargo, vemos la desobediencia del pueblo. Aunque al principio liberaron a los esclavos hebreos, poco después los volvieron a someter. Dios les recuerda que el verdadero pacto requiere obediencia continua, no actos momentáneos de religiosidad. Reflexiona: ¿Estás obedeciendo a Dios por convicción o solo cuando te conviene? ¿Estás dispuesto a creer en Su promesa de restauración, incluso cuando las circunstancias parecen imposibles?
En Hebreos 3:1-6, el autor nos invita a fijar nuestros pensamientos en Jesús, el apóstol y sumo sacerdote de nuestra fe. Moisés fue fiel en la casa de Dios como siervo, pero Cristo lo es como Hijo, con autoridad sobre toda la casa. Y esa casa somos nosotros, su pueblo, cuando nos mantenemos firmes en la fe y la esperanza. Reflexiona: ¿Estás permaneciendo firme en tu confianza en Cristo, o has permitido que la duda te debilite? ¿Estás construyendo tu vida sobre la fidelidad del Hijo, o sobre tus propios esfuerzos?
En Proverbios 9:11-18, la sabiduría promete vida y prosperidad a quienes la abrazan: “Por mí se te multiplicarán los días, y los años de tu vida aumentarán” (v. 11). En contraste, la necedad también hace su llamado, imitando a la sabiduría, pero su camino lleva a la muerte. “No sabe que allí están los muertos, y que sus invitados están en las profundidades del sepulcro” (v. 18). La lección es clara: cada día estamos respondiendo a una de dos voces: la de la sabiduría que da vida, o la de la insensatez que destruye.