Hoy estaremos leyendo Jeremías 39-40, Hebreos 5 y Proverbios 10:21-32. En Jeremías 39 y 40, se cumple la palabra del Señor: Jerusalén cae en manos de Babilonia. El rey Sedequías intenta huir, pero es capturado; sus hijos son ejecutados ante sus ojos, y luego él es cegado y llevado prisionero. Todo esto ocurre tal como Jeremías había profetizado. Sin embargo, en medio de la tragedia, Dios muestra Su fidelidad: Nabuzaradán, el capitán babilonio, recibe instrucciones de cuidar a Jeremías. A pesar de estar en tierra conquistada, el profeta es librado, y Dios también protege a Ebed-melec, el hombre que lo había rescatado de la cisterna. En estos capítulos aprendemos que, aunque el juicio llega, Dios nunca olvida a los que confían en Él. Reflexiona: ¿Cómo reaccionas cuando se cumplen las palabras difíciles de Dios en tu vida? ¿Puedes seguir confiando en Su bondad incluso cuando las circunstancias parecen oscuras?
En Hebreos 5, el autor explica el papel de Jesús como nuestro gran Sumo Sacerdote. A diferencia de los sacerdotes humanos, Cristo fue designado por Dios mismo, no por hombres, y ofreció no sacrificios de animales, sino Su propia vida por nosotros. A través de Su sufrimiento, Jesús aprendió obediencia y fue perfeccionado para ser la fuente de salvación eterna para todos los que le obedecen. Él no solo intercede, sino que entiende cada dolor y tentación que enfrentamos. Reflexiona: ¿Estás aprendiendo obediencia en medio de tus pruebas? ¿Puedes ver tus momentos difíciles como oportunidades para crecer en fe y dependencia de Dios, igual que Jesús lo hizo?
En Proverbios 10:21-32, se nos recuerda el poder de la justicia y el peligro del pecado. “Las palabras del justo alimentan a muchos, pero los necios mueren por falta de sentido común” (v. 21). El justo vive con integridad y prudencia, mientras que el necio destruye con sus palabras y acciones. “El temor del Señor prolonga la vida, pero los años del malvado se acortan” (v. 27). La sabiduría de Dios nos enseña que la verdadera seguridad no se encuentra en el éxito ni en la fuerza, sino en vivir con rectitud delante del Señor.