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Si es tu primera vez aquí, o no, tienes que hacer de cuenta que te mandé esta carta. Tiene unas cuantas recomendaciones, un cuento y una reflexión, que puedes leer en el orden que quieras. No es un blog ni un newsletter corporativo. Es una carta para ti, que llega cada dos miércoles. Ahora sí.
Querida persona que me lee:
Empecé escribiendo esto en otra parte del mundo. Es una carta internacional. Claro, a menos que me estés leyendo o escuchando desde Dallas, Texas, en los Estados Unidos.
Te cuento todo en la reflexión.
La cosa es que en esa tierra ajena a la mía y en estos días de descanso he podido disfrutarme como nunca. Estuve a punto de autoponerme un reto de escritura pero luego dije: A ver, ¿por qué debería implantarme un “deber” en mi semana de vacaciones? ¿Por qué siento necesidad de llegar a mil palabras por día, cuando simplemente podría dejarme llevar y regocijarme en mis dedos sobre el teclado?
No me quiero sentir culpable por no haber “aprovechado” estos días. Porque… ¿Desde cuándo los hobbies tienen que ser productivos? ¿Quién demonios decidió que nuestro tiempo libre también tiene que generar resultados cuantificables?
Hoy te traigo una carta sobre eso: sobre el derecho a hacer cosas sin ningún propósito más allá del puro disfrute. Sobre la libertad de ser malos en algo y seguir haciéndolo. Sobre el placer radical de perder el tiempo en lo que nos dé la gana.
En el menú de hoy:
* 📕 Un libro sobre creatividad sin presión
* 🔮 Un producto que celebra el tiempo perdido
* 🖊️ Un cuento sobre extraños eventos en un edificio
* 💭 Una reflexión sobre el descanso real
¡Artistas y creativos paralizados! Oídme.
¿Acaso tienes la idea de que todo lo que crees debe ser perfecto, útil o monetizable?
Tengo el libro ideal para gente como nosotros. Richard Holman identifica diez demonios creativos —desde la procrastinación hasta el miedo al fracaso— y te ofrece estrategias para enfrentarlos usando ejemplos de los grandes. Como que Leonardo da Vinci era un flojonazo de primera o cómo Marina Abramović contempla el éxito.
Lo que más me gusta del libro, además de que tiene dibujitos brillantes, es que Holman no te vende la historia de que todos podemos ser genios si nos esforzamos lo suficiente. Al contrario, te dice que crear es difícil, que dudar es normal, y que la creatividad no tiene por qué resultar en una obra maestra o en dinero en tu cuenta bancaria.
A veces crear es solo el acto de hacer algo sin más propósito que el hacer mismo. Es breve (168 páginas), con humor y liberador. Ideal para leer un capítulo antes de sentarte a hacer esa cosa que quieres hacer pero que tu cerebro insiste en sabotear con comentarios como: “No eres suficiente”.
Creative Demons and How to Slay Them (Demonios creativos y cómo acabar con ellos) de Richard Holman lo encuentras en este enlace.
A veces necesitamos perder el tiempo. Es hermoso aburrirse y los resultados de esta experiencia. En algún punto, llegué a un mapa del mundo de Star Wars donde puedes explorar planetas y viajar por una galaxia muy, muy lejana sin moverte de tu silla.
¿Es útil? Para nada. ¿Vas a aprender algo que mejore tu vida? Probablemente no. ¿Te vas a pasar unos cuantos minutos explorando Tatooine, Naboo y todos los rincones del espacio exterior ficticio? Claro que sí.
Si eres fan de Star Wars, vas a disfrutarlo. Si no lo eres, tal vez te conviertas en uno. O tal vez sólo pases quince minutos mirando y sigas con tu vida. Todas las opciones son válidas. Porque no todo, una vez más, tiene que ser productivo.
Lo encuentras en este enlace.
Tinta de octubre
Estaba harto de dar vueltas por el depa como león enjaulado, mejor salí de casa. Quería encontrarme con otro ser humano. Mi víctima apareció ante mí antes incluso de abandonar el edificio.
Me sorprendió que el poli se hubiera dejado el bigote. Estaba apoyado en la pared, tejiendo. Un hombre extraño, sin duda. Nuestras miradas se encontraron y sonrió mostrando sus nuevas coronas. Le hacían ver más turbio, pero seguro era más feliz.
—Hola, don Mich. ¿Cómo va? —dije.
El cubículo de vigilancia era un espacio más alternativo que galería de arte. La decoración estaba basada en donativos raros. Como una silla que se quejaba por todo. El poli del otro turno, Jhon, había perforado la pared y colgado la cornamenta de un venado. Sobre el escritorio había un mousepad en forma de estrella de mar, una cosa inútil; tanto por la forma del objeto, como porque los polis no tenían computadora.
Más que cubículo de vigilancia, parecía cuarto de bruja.
—Pues más o menos, don Toño. Un imprudente toqueteó tanto el botón del portón que ya jodió el mecanismo automático.
—Ha de haber sido el pesado del 33. El otro día se la hizo de tos a la de la limpieza porque casi le barre los zapatos.
—Qué le digo, hay gente peor que la picadura de cien mosquitos.
En ese momento, apareció ante nuestros ojos una figura de tronco chueco y harapiento. Parecía un error en aquel lugar. Uno muy ornamentado, eso sí. Tenía pinta de haberse puesto de acuerdo consigo mismo para ponerse encima todas las ropas que la gente le regalaba. Era listo, nuestro indigente de la cuadra, porque con el frío ártico que estábamos padeciendo, su original estilo lo protegía.
Aunque yo sabía que uno de los polis y él eran rivales. No me podía acordar de cuál de los dos vigilantes le traía bronca, eso sí.
Intercambié la mirada de un personaje a otro, esperando una explosión, sin abrir la boca, con miedo a que mis palabras fueran el botón que detonara una horda bulliciosa de luciérnagas del pugilismo verbal.
No hubo necesidad. Solitos empezaron.
—Vete al infierno —dijo el recién llegado.
Esta declaración fue desconcertante por su simpleza y porque venía acompañada de cierto tufo a cebolla que el harapiento esquelético provocaba. Lo olía incluso pasando la puerta de cristal de la entrada.
—A ver si aprendes tu lección, Casimiro. Que nada más pasas a decir babosadas cuando el cubículo está vacío.
—¿Como que cuando está vacío? —intervine.
—Pues hay que ir al baño, de vez en cuando, don Toño. A ver, entonces, Casi, sáltate el bonito saludo y dámelo.
—Bueno, pues tenga su premio —el indigente le pasó por la ventanilla un frasquito que tenía una enorme araña dentro. Recibió 50 pesos.
—Don Mich… ¿Qué es eso? —pregunté, nervioso.
—Pues la decoración de octubre señor. Es lo único que nos falta para empezar la temporada. ¿A poco no tenía hoy ganas de salir de su depa?
Me quedé en silencio y escuché el silencio rebotándome a mí. Demasiado silencio. Nadie en el edificio.
—¿Me quieres decir que diablos pasa?
—Pues eso. Unos cuantos diablos nada más. Es para darle atmósfera al lugar. Pero lo preferimos vacío.
La lóbrega sonrisa de coronas me convenció. Decidí salir del edificio sin reparar en Casimiro y le llamé al administrador.
No me creyó cuando dije que unos brujos se apropiaron del lugar. Así empezó octubre.
¿Qué diablos hacía yo en una tierra tan… agradable como Dallas, tomado en cuenta el momento político en el que estamos?
Bueno, estaba siendo presa del capitalismo tardío, del fanatismo desmedido y de querer visitar a mi hermano. Todo a la vez.
Lo primero, porque maldita sea, muchas cosas son más baratas en Gringolandia. Tales como mi vicio máximo (después de las bebidas espirituosas y dormir hasta tarde), a saber, comprar velas aromáticas.
Lo segundo, porque fui a ver nada más y nada menos que a mis empacadores favoritos, que no empacan nada sino que juegan futbol americano. O eso dicen que hacen porque los vi EMPATAR. Ver empates en el fut americano es como presenciar el cometa Halley. Así que puedo seguir diciendo que nunca he visto a mi equipo ganar en vivo.
Los mexicanos, consumidores de la fanfarria gringa. Pero hey, vi al Mariachi Vargas de Tecatitlán en vivo.
Lo tercero es autoexplicativo. Mi hermano es mi hermano. Es gran cocinero y, aunque elige los peores lugares de la Unión Americana para residir, es genial y punto.
Pero me estoy desviando. ¿Qué tiene que ver eso con los hobbies productivos?
Vivimos en una época extraña donde hasta nuestro tiempo libre está bajo escrutinio. Leemos para “ampliar nuestra cultura”. Vemos documentales para “aprender algo nuevo”. Hacemos ejercicio para “optimizar nuestra salud”. Todo tiene que justificarse, medirse, convertirse en algo útil.
Pero no necesitas justificar tu tiempo libre. No tienes que ser bueno en tu hobby. No tiene que generarte ingresos pasivos. No tiene que impresionar a nadie en redes sociales. Tu hobby puede ser simplemente algo que te gusta hacer, incluso si no sirve para nada.
La obsesión con los hobbies productivos es sólo otra manifestación del mismo capitalismo tardío que me lleva a comprar velas metiéndose en cada rincón de nuestra vida. Como si nuestro valor como personas dependiera de cuánto podemos producir, incluso en nuestras horas libres. Como si descansar de verdad —sin aprender, sin mejorar, sin crear— fuera una pérdida de tiempo.
Pero el descanso real no es productivo. El juego genuino no tiene objetivos.
Así que aquí está mi invitación: encuentra algo que te guste hacer sólo porque te gusta. Lee ese libro sin valor literario. Mira esa serie que todo el mundo dice que es basura. Pierde tres horas en Wikipedia leyendo sobre temas random. Arma ese rompecabezas que nadie más va a ver.
Y hazlo sin culpa. Porque tu vida no es un proyecto de optimización constante. A veces, solo eres un ser humano pasando el rato.
¡Hasta el jueves de podcast!¿Es tu primera vez? Te dejo más cartas aquí.Con cariño libre de productividad,J. McNamara, aka Geeknifer.
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