Se va acercando el verano y a María y a mí nos pesan ya las cosas. Es el precio (jamás alto) de esta sensibilidad que nos ronda y que da paso tan numerosas veces a la salvación de lo que somos a través de la bondad, de la belleza, del bien y del amor. Sin embargo las historias se acumulan y los sentimientos se atropellan, el asfalto arde y la sensación de asfixia- siempre tarde, siempre a contrarreloj, nunca suficientes- nos acecha por momentos. Supongo que todos nos sentimos ahora un poco así.
Sin embargo esta carta no es una carta triste, ni desesperanzadora, me niego. El compromiso con la verdad es fuerte, y por eso os hablo del estado anímico, pero más lo es el que tenemos con la ilusión y el sostenimiento: deseo transmitiros un aire frío y cargado de ánimos. Hoy vengo a hablar de «cuando no sale nada» que no es lo mismo que «cuando no pasa nada», porque las cosas no suelen salir cuando precisamente hay innumerables frentes abiertos y están sucediendo infinidad de cosas, tantas que una no sabe por dónde empezar.
Qué existencia esta, qué misterio. Qué desconcertante resulta a veces vivir. Sin manuales de instrucciones (aunque determinados libros sean casi lo mismo), sin poder de decisión muchas veces sobre lo que ocurrirá, hacemos lo que podemos. Y en esto marco un énfasis, porque hacer lo que se puede en ocasiones dista de lo que se quiere, precisamente por tales limitaciones. Entender esto en los demás da un respiro al otro, al de enfrente, a esa persona que también somos nosotros en otras interacciones, un pequeño cable que es capaz de iluminar mínimamente el calvario ajeno.
Una de las historias que más me impactaron el año pasado no sé si os la llegué a contar o no porque he perdido la noción del tiempo, así que aquí va. Cogía un tren a las seis de la mañana de Santander a Madrid un día de cante agobiada, con todos los apuntes en la mano, cansada y profundamente triste. La tristeza se lee en la cara. Fui a pedir un café y un sandwich y al tratar de pagar con tarjeta me dijo la señora que trabajaba allí que estaba roto el datáfono y que solo se podía pagar en efectivo. Yo no tenía nada suelto así que le di las gracias, le pedí disculpas porque ya hubiera servido el café y me fui. De camino al asiento lamenté mi suerte y me sentí desgraciada- generalmente sucesos insignificantes hacen estallar la resiliencia- y rompí a llorar. Lloraba por causas ajenas a aquel desayuno infructuoso, lloraba porque nada parecía salirme bien. De repente posaron el café y el sandwich en mi mesa, levanté la mirada y la señora de antes me guiñó un ojo. Cuando quise decirle algo ya se había esfumado.
Al bajarme del tren pasé por la cafetería pero ella ya no estaba. Le di el libro que leía por aquel entonces «La biblioteca de París» de Janet Skeslien Charles al chico que estaba allí y le pedí que se lo diera. Lo cogió. Cuando salía la vi fuera echándose un piti y le guiñé esta vez el ojo yo, le sonreí y me fui. Nunca he sabido cómo acababa aquel libro, y me da absolutamente igual haberlo dejado a medias. Por el contrario, ¿cómo voy a olvidar el mejor desayuno que me he tomado en mi vida?
Cuando las cosas no salen seguirán sin salir por el tiempo que sea, sin embargo aparecen y desaparecen personas todo el tiempo. Esto significa que nosotros tenemos oportunidad de hacer un micro-cambio, tender una mano, aliviar también a los demás. Solo esta concepción unitaria, esta vida común, este sentir universal da a las cosas un mínimo sentido cuando el resto no lo tiene o aún es pronto para conocerlo.
Ojalá aprendamos a leer las caras de los demás.
Pienso bastante en aquella frase que proclaman en la peli del Exótico Hotel Marigold: «todo va a salir bien, porque si no sale bien, no es el final». Me hace gracia su espíritu de filosofía barata pero también conserva mi fe cuando vienen mal dadas. Os lanzo muchísimos ánimos y fuerzas para estas semanas que acontecen antes de las vacaciones. Pienso en vosotros con frecuencia. Deseo de todo corazón que os salgan las cosas. Esto es vivir.
Esta imagen de aquel verano, muy pronto por la mañana. Terminó yéndose la niebla.