
A pesar de su legítimo nombramiento y de tan solemne ratificación papal, no pudo tomar posesión de su sede hasta un año después y tras haber sufrido no pocas vejaciones; el rey, que no quería admitir su elección, apropióse todos los beneficios eclesiásticos de la diócesis y hasta dio órdenes de que se le cerraran todas las puertas a su regreso a Chichester, prohibiendo se le facilitara casa o dinero.