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“Entonces Pilato volvió a entrar en el pretorio, y llamó a Jesús y le dijo: ¿Eres tú el Rey de los judíos? 
Jesús le respondió: ¿Dices tú esto por ti mismo, o te lo han dicho otros de mí? 

Pilato le respondió: ¿Soy yo acaso judío? Tu nación, y los principales sacerdotes, te han entregado a mí. ¿Qué has hecho? 

Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí. 

 Le dijo entonces Pilato: ¿Luego, eres tú rey? 
Respondió Jesús: Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz. 

 Le dijo Pilato: ¿Qué es la verdad? Y cuando hubo dicho esto, salió otra vez a los judíos, y les dijo: Yo no hallo en él ningún delito.” (S. Juan 18: 33-38). 

Estas palabras pronunciadas por un juez pagano eran una mordaz reprensión a la perfidia y la falsedad de los gobernantes de Israel que acusaban al Salvador. Cuando los sacerdotes y los ancianos escucharon esto de Pilato, su decepción y rabia no conocieron límites.