Dios les bendiga de manera especial. Este es el día que el Señor ha hecho. Nos alegraremos y gozaremos en su presencia. Hoy quiero compartir con ustedes una experiencia que marcó mi vida de manera muy especial. Hace poco se abrieron las puertas de la iglesia que pastoreamos para constituir, como todos los martes, una reunión de oración. En ese lugar los hijos de Dios llegamos para interceder, llorar, adorar por los que no quieren o pueden hacerlo. Como siempre el grupo no es muy grande y pensé que la reunión sería una como muchas otras. Pero llegó esta hermano que hace varias semanas que está congregandose con nosotros. Pero en esta ocasión llega con un paquete de medicamentos y me dice: "Pastora necesito que me ayude porque tengo un estudio en unos días y no entiendo las instrucciones de lo que debo hacer. No tengo quien me explique". Yo le contesté que con mucho gusto después del servicio trataríamos de ayudarlo. Pero honestamente dentro de mí pensé: "Señor ayúdame, Dame sabiduría a entender lo que necesita porque a veces ni yo misma tengo claro los procedimientos médicos a los cuales todos nos sometemos". De alguna forma me remonté a la experiencia de Felipe en el libro de los Hechos. Siendo transportados de un lugar por el Espíritu Santo, para que le ayudará a entender las escrituras a un funcionario de Candace. Que leía el texto de Isaías 53, pero no lo entendía. Pero algo mejor ocurrió en la reunión... Quién es enfermera llega el culto, regularmente ella no llega el servicio de oración por compromisos de trabajo, pero ese día llegó. Así que cuando la volví a hablar con el Señor en silencio y le dije: "Señor gracias porque ella es la persona que va a entender lo que ninguno de nosotros puede. Gracias porque le has contestado la petición este hombre que vive solo, sin familia y que posiblemente lleva pidiéndote en oración, por bastante tiempo, que le ayudes. Hablé con ella y con mucho gusto, se sentó con nuestro hermano para explicarle. Pero lo mejor de todo era el rostro de nuestro hermano salió de allí muy contento y muy agradecido. Fuimos la respuesta de Dios a su necesidad. Más importante es lo que ocurre después... Uno de nuestros hermanos diáconos se quedo hasta el final para acompañarme a la hora de cerrar. Y cuando salgo veo a este hombre recostado de una de las paredes del templo como unas 12 pies en la puerta principal. Mi primera impresión amados les confieso fue sentir temor. No sabía que estaba ahí, pensé que era un usuario de drogas quizás; Así que me apresure a montarme al carro mientras el hermano diácono cierra la puerta del templo. El hombre estaba como dormido y cuando salgo del estacionamiento junto con hermano diácono. Oigo una voz que me pregunta: "¿Oraste por él?". Me quedé fría... Inmediatamente llamó al diácono y le pregunto si lo hizo ya me comenta que el caballero hacia rato que estaba allí que había conversado con él, pero que no había orado por él. Así que le digo: "Mira vamos a virar. Vamos a orar por él. Cuando nos acercamos, conocemos su nombre se llama Juan. Estaba ebrio y en muy malas condiciones. No lo conocemos, pero no es difícil suponer que ha sido una persona con muchos conflictos interiores. Un ser humano que está preso de sí mismo. Está como el endemoniado gadareno, cuya comunidad social entendió que la mejor manera de controlar lo era atándolo de pies y manos. Pero, todos sabemos la historia... Juan al vernos nuevamente allí y decirle que íbamos a orar por él se emocionó mucho y comenzó a llorar. Pero lo más que me impresionó fue su diálogo porque a pesar de su ebriedad tenía muy claro, algunas cosas de las que pasaban a su alrededor. Nos comentó, que ya había visto el templo y entre maldiciones nos admitió que comenzó a contar cuántas Iglesias había en el área. Me dijo: "Pastora honestamente le digo comencé a contar... allí hay una iglesia católica... aquí hay una nazarena... aquí hay otra y allá hay otra. ¿Para qué tantas Iglesias? El diácono que me acompañaba, había salido precisamente del alcoholismo y le comento su testimonio. Empezó a hablarle acerca de las grandes cosas que Dios había hecho con él. Y este hombre llamado Juan entre lágrimas, nos agradeció la oración. De alguna manera este acto de compasión tocó su corazón. Fuimos la encarnación del amor de Dios a un hombre desorientado y destruido. Por un momento pensé que ese hombre recostado de la pared del templo, pudiera hacer la representación moderna del cojo frente a la puerta de la hermosa. Sentado, esperando que alguien se compadeciera de él para darle una limosna. O el retrato de la parábola del Buen Samaritano donde aquel que estaba junto al camino asaltado por los ladrones; y tirado en algún lugar, para que allí muriera, estaba a la espera de alguien que se detuviera. Y mientras pasaba el sacerdote y el levita de largo y sin esperarlo llegó un Samaritano. O también pudiera ser un ángel disfrazado de mendigo y borrachón, acomodado cerca de la puerta del templo para ser probados. Estoy consciente que en estos tiempos que vivimos hay que tener mucho cuidado con el que se acerca. Pero por otro lado la voz que me preguntó si había orado por él; es la misma voz del Dios que todos los días espera que aquellos que acudimos al templo alumbremos fuera de el.