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El día de hoy hablaremos sobre el capítulo 22 del libro The Oxford Handbook of the Protestant Reformations, titulado "University Scholars of the Reformation" por Michael Heyd. Ver aquí: https://global.oup.com/academic/product/the-oxford-handbook-of-the-protestant-reformations-9780199646920?cc=gb&lang=en& .
La Reforma comenzó en un aula: un profesor, una disputa y un mundo intelectual en ebullición. Pero pronto surgió la tensión: si la salvación es sola fide, ¿para qué sirven lenguas, lógica y escuelas? La respuesta reformadora fue sola scriptura: para leer la Biblia con juicio hacían falta hebreo, griego y formación teológica, y eso se aprendía en la universidad. De Wittenberg a Ginebra, las facultades se volvieron semilleros de doctrina y, sobre todo, de ministros capaces de llevar el mensaje a plazas y parroquias. Melanchthon expandió el currículo con trivium, quadrivium e historia, mientras la disputatio dio forma a un habla teológica clara y breve. En la segunda generación, la scholastica regresó como método (no como dogma): Aristóteles para ordenar, Escritura para decidir. Ramus simplificó la dialéctica; Keckermann y Alsted soñaron con una enciclopedia que uniera “todas las cosas para todos”. Y cuando irrumpieron la ciencia nueva y el cartesianismo, algunos forjaron puentes —de la “libro de la naturaleza” a una teología natural— sin ceder el primado bíblico. Este episodio cuenta cómo cátedras, manuales y postas del saber fabricaron la Reforma tanto como púlpitos y prensas.
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