¿Qué es lo que hace humano a un monstruo? ¿La forma en la que nace o la forma en la que ama? Guillermo del Toro siempre ha contado historias sobre criaturas que sienten más que los hombres que las juzgan. Desde el laberinto del fauno, la forma del agua o el espinazo del diablo, su cine ha girado en torno a la pregunta esencial de qué nos separa de aquello que tememos. Y ahora, con Frankenstein, Del Toro parece cerrar un círculo, una historia que lo ha perseguido durante décadas, un proyecto que esperó en la oscuridad como su criatura, hasta encontrar vida.
En el universo cinematográfico de Del Toro, los monstruos nunca son sólo monstruos, normalmente son reflejos de heridas, de deseos reprimidos y de almas incomprendidas. En esta ocasión en Frankenstein, su más reciente película, esa mirada se vuelve íntima, trágica y profundamente humana. Han pasado ya muchos años desde que este hombre trató de adaptar la novela de Mary Shelley, una historia que, más allá de la ciencia y el terror, es una meditación sobre la creación, la soledad y el abandono.
Pero en las manos de Del Toro, Frankenstein no es sólo una historia de horror, sino una historia de amor, de un amor roto, imposible. En el Cinecdotario de hoy, exploraremos la anatomía simbólica y emocional de Frankenstein, una película muy, muy esperada por el mismísimo director y también por su público. Hablaremos de su origen, de sus símbolos, del poder del color y de la piel de sus imágenes.
Pero sobre todo, hablaremos de lo que el director mexicano logra con esta adaptación, una obra profundamente humanista, hecha de dolor, belleza y compasión. Además de incluso explorar un poco del vínculo que tiene con su ópera prima, Cronos. Su material simbólico y colores, el vestuario y los espacios, la potencia interpretativa de su elenco y, claro que sí, cómo Del Toro transforma el mito clásico del monstruo en una reflexión sobre el alma humana.
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