En las faldas de los Andes, allí donde el aire es tan delgado que cuesta respirar, se levanta el Hospital San Eugenio.
O lo que queda de él.
Sus paredes agrietadas, cubiertas de musgo, parecen respirar cuando la neblina pasa.
Y quienes viven en los caseríos cercanos aseguran que, aunque está vacío desde hace décadas, el edificio todavía guarda vida.
O algo parecido.
Pocos recuerdan que, en 1948, cuando se inauguró, fue motivo de orgullo para la provincia.
Un hospital nuevo, con alas separadas para hombres, mujeres y niños; un pabellón especial para enfermedades infecciosas y un equipo médico traído desde Lima.
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