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Cuando aceptamos a Cristo, y nos unimos a Él, nos hacemos participantes de su riqueza espiritual. Cuando Cristo habita en nuestro ser, se va a notar en nuestra forma de hablar y en nuestra forma de pensar. Todo cambia. Cristo nos llena de su riqueza. Por lo tanto, ya no nos falta nada. Llegamos a tener todo lo necesario para nuestra salvación. La iglesia tenía todos los dones espirituales. Dones que antes no tenían. Dones que provenían de Dios. Una garantía de su amor y de su aceptación. Dios es el autor y consumador de nuestra salvación. Él había comenzado en ellos la buena obra, y Él se dedicaría a completarla. Es Dios quien nos mantendrá firmes, hasta el fin. ¿Pero cómo es que sucederá eso, te podrías preguntar? Quizás, en el pasado, has tropezado y caído muchas veces? ¿Cómo puedo ser irreprochable? ¿Cómo puedo llegar a ser irreprensible? Pablo dice que fuimos llamados a permanecer unidos a Cristo. La clave del éxito está en nuestra comunión con Él. Él es el que nos da la victoria. Si tú te sueltas de su mano, pronto tropezaras y caerás. No debes soltarte de su mano. Él es el que te sostendrá. Separado de Jesús, no podrás lograr nada. 

Las divisiones en la iglesia, eran una señal de inmadurez y de la incomprensión de la naturaleza de la Iglesia. Cristo es la cabeza. Cristo es el que murió y resucitó. Cristo es nuestro Salvador. Cristo no está dividido. La iglesia tampoco debería estarlo. Que Dios nos ayude a contribuir para la unidad De la Iglesia y nunca para su división. Que el Señor te bendiga.