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El gran anhelo de David, antes de morir, era construir el Templo del Señor. Pero Dios no se lo permitió, por haber derramado mucha sangre. Pero aunque no pudo cumplir con su sueño, hizo todos los preparativos para que su hijo Salomón construyera el Templo. Salomón, disfrutaría de tiempos de paz, y podría dedicarse de lleno a llevar a cabo esta obra, que debía ser magnífica, gloriosa y famosa. ¿Qué lecciones aprendemos del capítulo de hoy? Que para el Señor siempre debemos dar lo mejor. Vemos que David, de todo lo que conquistaba, siempre dedicaba grandes tesoros para el Señor. De todo lo que Dios le daba, él apartaba una parte significativa para la causa del Señor. Otro aspecto importante, es la oración de David: él pedía que su hijo fuera prudente, e inteligente, no para construir el Templo, sino para obedecer los mandamientos del Señor. La prosperidad de Salomón y de Israel, estaban ligadas a su obediencia y a su fidelidad a Dios. Con nosotros, no es diferente. Dios solo nos puede bendecir cuando obedecemos su Palabra. No podemos esperar su bendición sin obediencia. Que el Señor nos ayude a tener esa disposición, y que la oración de David, sea nuestra oración por nuestros hijos. Que el Señor te bendiga.