Cuando ya todo estaba listo, Salomón hizo traer el Arca del Pacto, desde el tabernáculo, al Templo. Esto sucedió durante la fiesta de Sukkot, la fiesta de las cabañas. Durante esta transición, Dios se hizo presente, a través de una nube brillante, la cual llenó el Templo. Entonces Salomón oró, y dedicó el Templo al Señor. Salomón reconoce que el Dios Todopoderoso, el Creador del Universo, el que llena todos los cielos, no necesitaba una Casa en la Tierra. Pero aceptó morar en Jerusalén, y aceptó morar en el Templo que Salomón le había construido. Salomón demostró conocer muy bien la Torah, ya que oró conforme a las palabras del libro de Deuteronomio, citando las bendiciones y las maldiciones que Dios había advertido en caso de la obediencia, y en caso de la apostasía y desobediencia de Israel. Pero llamó al pueblo a siempre buscar al Señor en oración, mirando hacia el lugar del Templo, para que Dios escuchara sus oraciones. Dios es misericordioso. Dios es amor. Él espera que nosotros siempre andemos en sus caminos. Pero si en alguna oportunidad nos alejamos de Dios, debemos saber que siempre podemos volver a Él. Si nos arrepentimos, y nos volvemos a Dios, Él nos va a aceptar y nos va a recibir. El Templo de Salomón ya no existe. Fue destruido por los Babilonios. El segundo Templo, que fue construido por Zorobabel, también fue destruido. Esta vez por los romanos. El pueblo judío sueña con tener un tercer templo. Pero no encontramos una profecía que hable de un tercer templo. Más bien, la biblia nos señala al Santuario Celestial, donde Jesús ahora intercede por nosotros. Más que fijar la mirada en la tierra, Dios quiere que eleves tus ojos a los cielos, y por la fe veas a Jesús allí ministrando en tu favor. Que el Señor te bendiga.