Saúl se llenó de tanta envidia, que lo único que deseaba era matar a David. No podía soportar que la gente lo amara más a él, que al propio rey. No podía soportar que su propia familia sintiera amistad y amor por quien él consideraba su enemigo. Lo cierto es que David no le había hecho nada a Saúl. Pero aunque intelectualmente asintió a ésta verdad, su envidia y rencor eran más fuerte que él. Vez que pudo, trató de atravesar a David con su lanza; pero David siempre logró esquivarlas. Se estaba volviendo un rey loco e inestable. Pero lo más interesante en el capítulo de hoy, es cómo Dios salvó a David de Saúl por medio de su Espíritu. David se fue a buscar refugio con el profeta Samuel; y cuando lo supo Saúl, envió a sus soldados, para que lo arrestaran. Pero estos se pusieron a profetizar. Lo mismo pasó con el siguiente grupo de soldados. Hasta que Saúl decidió ir él mismo a ver que pasaba, y entonces él también comenzó a profetizar. No en el sentido de que dieran un mensaje profético; pero quizás Dios simplemente lo obligó a sentarse a escuchar su mensaje. Lo cierto es que Saúl y los otros entraron en cierto tipo de trance, y Saúl se quitó su ropa real durante todo un día. Esto quizás significa que Dios ya le había quitado el reino a este rey que se volvió malvado y perverso.
Es posible que hoy tú también te estés enfrentando a un enemigo que te quiere ver destruido. Deja todo en las manos de Dios. Ora por tus enemigos. Deja que Dios pelee tus batallas. No caigas en su juego. No te llenes de odio y de deseos de venganza. Pídele a Dios que le conceda el arrepentimiento, y quizás entre en razón y se de cuenta de que no hay una razón verdadera para que te persiga. Confía en el Señor. Él tiene más de 10000 formas de salvarte. Que el Señor te bendiga.