El apóstol Pablo llegó a predicar el evangelio a Tesalónica, después de haber estado predicando en Filipos. Estas ciudades griegas representaron un gran desafío para el apóstol y sus compañeros, ya que allí pasaron por grandes pruebas y persecuciones. En Filipos Pablo había sido azotado y encarcelado. Y en Tesalónica, los detractores del mensaje de salvación armaron un alboroto, y juntaron una turba que que agitó los ánimos de toda la ciudad. Episodios así desanimarían a cualquiera. Muchos lo pensarían dos veces antes de volver a predicar. Pero no Pablo. Pablo había sido enviado por Dios. Y sabía que el enemigo, Satanás, buscaría todas las formas de detener el evangelio. Pablo no pudo estar mucho tiempo con los tesalonicenses; pero en esta carta podemos ver cómo los amaba, y cómo se mantuvo siempre orando por ellos, y dedicándoles palabras de ánimo. Pablo se compara así mismo con una madre, que tiernamente alimenta y cuida a sus hijos. Y se compara a un padre, que con firmeza exhorta y consuela a los suyos. Pablo aquí nos habla de su forma de trabajar. Pablo siempre se esforzó por demostrar que lo que hacía, no lo hacía por buscar honores de los hombres, o aplausos. La intención de Pablo nunca fue buscar la aprobación humana. Su única meta era agradar a Dios, quién lo había llamado y escogido. Tenemos mucho que aprender de Pablo. A no rendirnos. A perseverar. Y a entender que, pase lo que pase, Dios está al control de nuestra vida. Si estamos pasando por dificultades, y persecución, debemos entender que no somos los únicos. Hay hermanos en todo el mundo que están enfrentando luchas similares, o quizás aún peores. Pero todos podemos perseverar poniendo la mirada en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe. Que el Señor te bendiga.