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Debió ser muy doloroso para el apóstol Pablo sentir que la iglesia que él fundó le estaba dando la espalda. No lo estaban respetando ni amando, y al parecer le estaban dando más honra y respeto a unos supuestos “súper apóstoles”. Pablo tiene que hablarles como un loco, es decir, les cuenta de su experiencia, de cuando recibió del Señor el privilegio de visitar el tercer cielo. Pablo no sabe si fue una visión, o si literalmente fue llevado al paraíso. Pero claramente vio y escuchó cosas que no se pueden expresar con palabras. A Pablo no le gusta hacer alarde de esta experiencia. Pero lo hace, para demostrarles sus credenciales como enviado del Señor. Pero Dios no solamente le dio estas revelaciones especiales a Pablo. El Señor también le dio un aguijón en la carne. Es decir, Pablo tenía, al parecer, alguna especie de dolor físico. Algo que lo afligía. Y Pablo clamó al Señor pidiendo que se lo quitara. Pero el Señor no se lo quitó. La respuesta de Dios fue: “Bástate mi gracia. Mi poder se perfecciona en la debilidad.” Si no tuviéramos problemas; si no tuviéramos debilidades, quizás nuestra relación con Dios sería muy débil. Dios permite en nuestra vida dolores y debilidades, para que nosotros podamos depender de Él. Las debilidades son necesarias, para que todos sepan (incluyendo nosotros mismos) que el poder no proviene de nosotros, sino del Señor. Nosotros no somos nada. Todo se lo debemos al Señor. Así que si estás pasando por algo que sientes que te supera, cae sobre los brazos amorosos del Señor, y pídele que te sostenga y te fortalezca. Que el Señor te bendiga.