Por predicar a Cristo, todos los apóstoles estuvieron expuestos a grandes sufrimientos. Pablo mismo fue apedreado, encarcelado, azotado, y oprimido. Pero él llama a este sufrimiento “pequeño” y “pasajero”. Pablo tenía puestos sus ojos en la recompensa final: la vida eterna. Y comparada con la eternidad, los sufrimientos presentes no eran nada. Su único deseo era cumplir con su misión: Hablar a muchos más sobre el amor de Cristo; salvar a cuantos fuera posible. Y si tenía que sufrir por predicar, eso no le importaba. Lo que le daba poder y fuerza para seguir adelante era Cristo. Por fuera, su cuerpo se iba desgastando. Pero por dentro, su hombre interior se iba renovando. Eso solo lo puede hacer Cristo. Cristo nos motiva a seguir adelante. Cristo nos impulsa a no rendirnos. Que toda la honra y toda la gloria siempre sea para Él. Que el Señor te bendiga.