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En este capítulo encontraremos otro ejemplo de cómo Dios peleó las batallas por su pueblo Israel. Ante la amenza del Imperio Asirio, en vez de desanimarse, Ezequías decidió confiar en el Señor. La amenaza Asiria estaba a las puertas. Ellos fueron los que destruyeron Samaria. Y ahora acababan de destruir Laquis, una ciudad fortificada a tan solo 45 kilómetros de Jerusalén. Pero vemos que Ezequías no solo buscó al Señor en oración; también se preparó para la batalla. Fortificó los muros de Jerusalén, y construyó torres de vigilancia. Y lo más importante, tapó todas las fuentes de agua que había afuera de la ciudad, para que el ejército invasor no tuviera acceso a agua fresca. Senaquerib, rey de Asiria, se burló del Dios de Israel. Pensaba que era otro "dios" más, cómo el de las otras naciones, y pensaba que no sería capaz de librar a Judá de su mano. Pero un ángel del Señor destruyó a todo su ejército. Este fue un milagro enorme que Dios realizó en favor de su pueblo. Y el segundo gran milagro que Dios hizo por Ezequías, fue un milagro de sanidad. El rey iba morir; pero clamó al Señor, y el Señor le añadió 15 años más de vida. Pero tristemente Ezequías falló. En vez de honrar y glorificar a Dios como correspondía, se enorgulleció y se lleno de soberbia. Cuando vinieron los embajadores de Babilonia, en vez de testificar del poder de Dios, Ezequías se dedicó a mostrarles sus tesoros y sus riquezas. Que Dios nos ayude a aprender esta lección: Dios tiene poder para librarnos de cualquier mal. Pero nunca dejemos de agradecerle, y de honrarle en todo. Dios merece siempre toda la honra y toda la gloria. Que el Señor te bendiga.