El Rey de Asiria se había vuelto imparable. Había destruído a muchas naciones y a muchos pueblos. Pero sus victorias lo volvieron insolente y altanero. La soberbia y el orgullo lo llevaron a la destrucción. Cometió el error de levantarse contra el mismo Dios de Israel. Y esa fue su caída. La sentencia de Dios para él fue que volvería a su tierra, y allí moriría a espada. Dios mismo mandó a su Ángel, el cuál destruyó a 185.000 soldados de Asiria. Los asirios volvieron a su tierra en Nínive, y cuando el rey entró en el templo de su dios, sus propios hijos se levantaron contra él, y lo mataron a espada.
¿Qué lecciones encontramos en el capítulo de hoy?
Cada vez que recibas una mala noticia, debes seguir el ejemplo del rey Ezequías: ve a la Casa de Dios, y preséntale a Él tus problemas. Confía en el Señor. Deja que Él pelee tus batallas. No importa cuál sea la amenaza, o el problema, entrégaselo a Él.
Dios siempre tiene un remanente. Por más grande y fuerte que sea la tormenta, Dios siempre se reserva un grupo de hijos fieles, los cuales Él mismo plantará, y los hará florecer, y multiplicarse. Los planes de Dios no fallan. Él siempre tendrá un grupo de hijos fieles y leales a su causa. Que tú y yo seamos hallados dentro de ese grupo en este tiempo del fin. Que el Señor te bendiga.