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En el corazón de David surgió el deseo de construir un Templo para el Señor. Consultó con el profeta Natán, y este le dijo que hiciera lo que quisiera, porque Dios estaba con él. Pero esa misma noche Dios habló con el profeta Natán por visiones, para que fuera a hablar con David. El mensaje de Dios fue negativo y positivo. Negativo porque Dios no le permitiría a David construir un Templo para su Nombre, puesto que David había sido un hombre de guerra, que había derramado mucha sangre. Fue negativo porque Dios quería que David entendiera que no era David quien bendeciría a Dios con una casa, sino que sería Dios quien bendeciría a David con una casa, es decir, con una dinastía de reyes. El mensaje fue positivo, porque Dios le prometió a David, su siervo, que nunca faltaría un rey en su linaje. Dios permitiría que su hijo Salomón le construyera un Templo. Pero lo cierto es que Dios no había pedido un Templo. Dios había sacado a David de detrás de las ovejas de su padre, para ser el pastor de Israel. Dios le había dado la victoria sobre todos sus enemigos. ¿Qué tenía que hacer David y su descendencia? Permanecer fieles y obedientes al Señor. David reconoció su origen humilde, y se sentía indigno de que Dios le hiciera semejantes promesas. ¿Quién soy yo? David se sentía muy pequeño. Su humildad haría de él una gran persona. ¿Eres así con todos?, le preguntó David a Dios. David se sentía muy privilegiado. Sentía que Dios había sido demasiado bueno con él. Así es Dios. Él nos bendice, nos cuida, nos protege. Y Dios no quiere vivir en un templo. Él quiere vivir dentro de nuestro corazón. ¿Se lo vas a permitir? ¿Hay espacio en tu vida para que Dios entre en ella? Que el Señor te bendiga.