Claramente Dios guió a Ester, no solamente para conseguir que el Rey le extendiera el cetro de oro, sino para saber cómo hacer su petición: ella no pidió inmediatamente lo que quería, sino que primero invitó al Rey y a Amán a un banquete. El Rey estaba encantado. Le ofreció a la Reina Ester hasta la mitad de su reino. Pero nuevamente Ester lo hizo esperar; le invitó a un segundo banquete, al día siguiente, y ahí le revelará cuál es su verdadera petición. La sabiduría de Ester solamente pudo ser por inspiración divina. El Rey estaba fascinado, y como Rey quería agradar a su Reina. Pero Ester decidió dejar al Rey en la expectativa. Mientras tanto, Amán se fue a su casa muy contento, ya que en el banquete fue el único invitado de honor. Pero camino a su casa, algo lo perturbó: nuevamente vio a Mardoqueo, que no le hizo ninguna reverencia; y se llenó de odio y de amargura. Se jactó ante su familia de todo lo que tenía: sus riquezas, sus hijos, su puesto tan elevado; pero les confesó que no podía ser feliz, por culpa de Mardoqueo. Amán estaba enfermo de la cabeza. En vez de centrarse en sus bendiciones, decidió amargarse por un solo hombre. Siguió el consejo de su familia, y mandó a construir una horca de 22 metros. Según él, no sería feliz sino hasta ver a Mardoqueo muerto. Lo que él no sabía, era que estaba cavando su propia tumba. Que el Señor nos ayude a ser sabios, para que el odio y el rencor no se transformen en nuestra perdición. Que el Señor te bendiga.