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El libro de Ester nos muestra que Dios claramente respondió al clamor de su pueblo. Todavía nos falta leer sobre cómo se tiene que arreglar el tema del edicto que se había promulgado en contra de todos los judíos; pero en el capítulo de hoy vemos cómo Dios hace justicia al destruir a Amán. La Reina Ester, durante el segundo banquete, le dice finalmente al Rey Asuero cuál es su petición: ella pide que se le perdone la vida a ella y a su pueblo, que había sido condenado a la destrucción. El Rey estaba confundido: ¿Quién podría querer matar a la Reina y a su pueblo? Entonces Ester señaló a Amán. El Rey se retiró de la sala enfurecido; y Amán se quedó suplicando por su vida a la Reina Ester; una versión menciona que él se tropezó y cayó sobre la reina Ester; y cuando el Rey volvió a la sala, y lo encontró sobre la Reina, gritó de furia. Fue entonces que sus guardias se llevaron a Amán con una venda sobre su cabeza. Ahí le contaron al rey sobre la horca que Amán había preparado para Mardoqueo, y el rey ordenó que esa misma horca debían colgar a Amán. Ese fue su fin. De ser el hombre más honrado, más grande después del rey en todo el Imperio, tuvo un final desastroso. Eso es lo que hace el odio y el rencor: destruyen a las personas por dentro. Su orgullo lo llevo a su perdición. En vez de enfocarse en lo que tenía para ser feliz, decidió enfocarse en destruir a quienes no le habían hecho nada. Dios libertó a su pueblo, y lo hizo a través de Ester y Mardoqueo. Recuerda: todos los que se levanten contra un hijo de Dios, caerán en su propia trampa. Deja que Dios pelee tus batallas. Que el Señor te bendiga.