Este capítulo nos muestra un poco del proceder del rey de Babilonia. Para poder tomar una decisión de ataque, el Rey primero convocaba a sus consejeros, magos, y hechiceros. El Rey de Babilonia debía decidir a quien atacar primero: si a los amonitas o a los judíos. Y los presagios apuntaron a Jerusalén. Dios no aprueba estos métodos. ¡Para nada! Pero así actuaban los babilonios. Y Dios ya había decidido destruir Jerusalén por su falta de obediencia y de arrepentimiento. Había llegado su fin. Todo estaba por cambiar definitivamente. El Rey de Jerusalén, Sedequías, perdería su corona. Y los pobres gobernarían la tierra. Hasta que aparezca el que restauraría todas las cosas: el Mesías. Dios tiene el poder para restaurar nuestras vidas. Siempre y cuando nos arrepintamos y nos humillemos de todo corazón. Que el Señor te bendiga.