La idolatría es un pecado que siempre lleva a otros pecados. La idolatría nos hace insensibles, ciegos, y duros de corazón. Al sacar al Dios verdadero de nuestras vidas, nuestra condición espiritual se vuelve cada vez más oscura y triste. Ya no hay un freno para nuestras pasiones y concupiscencias. Cuando no hay temor de Dios, somos capaces de cometer los pecados más aberrantes. En Israel ya no había respeto por Dios, ni por los padres; ni por los pobres y vulnerables. Ya no había respeto por el matrimonio, ni por la Ley de Dios. Definitivamente se habían vuelto peores que sus vecinos. Solo les quedaba esperar el juicio final. Dios ya no podía salvarlos. Ahora solo el fuego y la espada debían hacer su obra de purificación. Querido amigo, no te alejes de Dios. No menosprecies su Palabra. Y pon en obra sus mandamientos. Que el Señor te bendiga.