Ésta es la prueba más grande a la cual Dios haya sometido a un hombre. Dios le pidió a Abraham que sacrificara a su hijo, a su único hijo, a quien tanto amaba, a Isaac. Dios fue muy específico. Nosotros ya nos dimos cuenta de que Abraham también amaba a Ismael. Pero la prueba era sacrificar al hijo de la promesa, a Isaac. ¡Qué prueba tan dura! Y vemos que Abraham, esta vez, no vaciló. No buscó una salida a su dilema. Simplemente obedeció. Puso toda su confianza en Dios. Abraham había esperado mucho a este hijo. Y vemos que no solamente Abraham tenía fe, sino también Isaac. Isaac ya era un muchacho, probablemente un adolescente, capaz de cargar la leña sobre sus hombros, y capaz de hacer preguntas lógicas, como: Papá, ¿Dónde está el sacrificio? En algún momento Abraham le tuvo que haber explicado lo que Dios le había pedido, e Isaac tuvo que haber estado de acuerdo. Y justo cuando Abraham estaba por sacrificar a su hijo, Dios lo detuvo. Abraham no le negó su hijo a Dios. Eso es fe. No negarle nada a Dios. Lo que Él pida de mí, yo se lo tengo que dar. Todo proviene de Dios. Todo le pertenece a Él. Las bendiciones de Dios solo llegan a nuestra vida cuando le damos a Dios el lugar que merece en nuestras vidas. No le niegues nada a Dios. Dios no dio a su Único Hijo, a quien siempre ha amado, y Jesús vino a morir por nosotros. Dios sacrificó a Jesús en nuestro lugar. ¡Oh, cuánto nos ama Dios! ¡Cómo no amarlo! Que el Señor te bendiga.