El libro de Hechos se centra en el crecimiento y la expansión de la iglesia cristiana. Pero también encontramos el registro de los juicios de Dios contra quienes pecan deliberadamente. En el caso de hoy, aunque el texto no lo dice, vemos el juicio de Dios sobre Herodes Agripa. Este Herodes, también conocido como Agripa, era sobrino de Herodes Antipas (el que dio muerte a Juan el Bautista, y estuvo presente en el juicio de Jesús), y nieto de Herodes el Grande (el que reconstruyó el Templo y mandó a construir Cesarea). El relato nos muestra que para tener el favor de los judíos, este Herodes mandó a matar a Santiago (Jacobo) a espada; y como vio que eso agradó a los judíos, mandó a arrestar a Pedro. Pero en respuesta a las fervientes oraciones de la iglesia por Pedro, el Señor envió a su ángel, y sacó a Pedro de la cárcel. Esto nos enseña el poder de la oración de una iglesia. Pero también nos muestra que a veces la iglesia no cree en los milagros. Cuando Pedro estaba golpeando a la puerta, no creyeron que fuera él. Una vez que le abrieron la puerta, la iglesia se alegró por la noticia, y esto ayudó a que muchos más creyeran en el Señor Jesús. Ciertamente el Señor tiene poder para liberar a los suyos. Pero luego el relato vuelve a centrarse en Herodes, y nos habla de su muerte. La Biblia dice que un ángel del Señor hirió a Herodes, y éste murió comido por gusanos. Y el veredicto dice que esto fue porque Herodes no le dio la gloria a Dios. Las personas lo estaban alabando. Le decían que su voz era la voz de Dios. Herodes, que tenía sangre judía, debió haber dicho: "Basta. Yo soy solo un hombre". Pero no lo hizo. Le gustó que la gente lo aclamara como a un dios. Y Herodes, que creció en Roma, quizás creció viendo como siempre la gente aclamaba a los Emperadores como dioses. Pero Dios no le perdonó esta arrogancia, y ese fue su fin. Esto nos habla de la importancia de siempre darle la gloria a Dios. Salomón dijo: Reconoce a Dios en todos tus caminos" (Proverbios 3:6). Todo lo que tenemos, y todo lo que somos, se lo debemos a Dios. Nunca digas: "Yo me hice a mí mismo", o "todo lo que soy se lo debo a todo mi esfuerzo y trabajo". Quizás en parte eso sea cierto. Pero debemos entender que si Dios no nos diera la salud, la fuerza y la inteligencia, nada podríamos hacer. Reconozcamos siempre a Dios. Démosle las gracias. Adoremos siempre únicamente a Dios. Él se merece toda la honra y toda la gloria. Amén. Que el Señor te bendiga.