Listen

Description

La destrucción de Jerusalén era inevitable. Dios derramaría sus juicios sobre la nación impenitente. Y el profeta Isaías pide que Dios venga a salvarlos. Pero él mismo profeta reflexiona: ¿cómo podía Dios salvar a una nación tan pecadora? No se arrepentían. Y sus intentos de justicia o de autojustificarse no eran más que un sucio trapo inmundo. Nosotros no podemos hacer nada para quitar nuestro pecado. No hay nada que nosotros podamos hacer que nos haga aparecer limpios delante de Dios. Debemos reconocer nuestra culpa, y debemos pedirle a Dios que nos limpie, nos cambie, nos moldee, y nos transforme. Nuestra única esperanza está en Dios. Pídele a Dios que no deje de obrar en ti. Que el Señor te bendiga.