Cuando el Señor llamó a Jeremías, le advirtió que su mensaje no sería recibido por el pueblo. Le advirtió que los líderes religiosos y políticos estarían en su contra. Y le prometió protección y fuerza. Pero aquí vemos a Jeremías azotado y en el cepo. Torturado. Física y emocionalmente. Pero nada de esto hizo que Jeremías perdiera su fe. Él sabía que Dios estaba con Él como un poderoso guerrero. Pero eso no quitaba que en su mente surgieran conflictos. Su trabajo no era fácil. Todos lo amenazaban. Sus antiguos amigos se habían vuelto sus enemigos. Y sus mensajes siempre alertaban sobre la futura destrucción de Jerusalén. A veces sentía que ya no quería seguir hablando de parte del Señor. Pero entonces reconoce que en su corazón hay un fuego del Señor que no paraba de arder. No podía no hablar de su parte. Que ese fuego también arda fuerte en ti y en mi. Nunca dejes de hablar del Señor, y de la Esperanza que tenemos en Él. Que el Señor te bendiga.