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El Rey Sedequías mandó a sus funcionarios a hablar con el profeta Jeremías, para pedirle que orara por ellos. Pero la respuesta fue negativa. Dios ya había decidido destruir Jerusalén y volverla cenizas. En la vida llega un punto en que de nada sirven las oraciones, si todos los llamados al arrepentimiento han sido rechazados. Si Dios los salvaba, la maldad, la injusticia y el pecado simplemente se hubiesen perpetuado indefinidamente. Dios iba a pelar contra ellos, y destruiría la ciudad y a sus líderes. Pero había una última oportunidad de salvación: te invito a que leas este capítulo, y escuches este mensaje, para que descubras qué es lo que debían hacer para ser salvos. Que el Señor te bendiga.