Hay lecciones que lamentablemente Israel nunca aprendió. La idolatría siempre fue su piedra de tropiezo. La influencia de otras naciones fue más fuerte que las claras instrucciones dadas por Dios. Y ahora vemos que a pesar de todo lo que Dios ya había hecho con Jerusalén, los que huyeron a Egipto seguían empecinados con adorar a la diosa del cielo. ¿Quién era la diosa del cielo? En algunas culturas se la conocía como Ishtar, y en otras como Astarté. Junto con Baal, eran los dioses de la lluvia y de la fertilidad. En este capítulo vemos cómo las mujeres alegan que mientras adoraron a esta diosa, siempre tuvieron abundancia. Que engañadas que estaban. Satanás es capaz de ofrecernos un millón de ventajas económicas con tal de que nos alejemos de Dios. ¡Mucho cuidado! Nada reemplaza la obediencia y la fidelidad a Dios. La desobediencia de los judíos nuevamente les acarreó la ira de Dios, y la profecía fue que la guerra y el hambre los exterminaría también en Egipto. Nuestro única seguridad y refugio está en la obediencia a Dios. Confía en Él. Obedece sus mandamientos. Y abandona todo tipo de idolatría. Recuerda esto: en los cielos solo tenemos a Dios; por lo tanto, no adores a nadie más que a Él. Que el Señor te bendiga.