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Que nos entregó a su Hijo Único, para que todo aquel que en Él crea, no se pierda, sino que tenga vida eterna. Estas palabras las pronunció Jesús a un hombre que vino a entrevistarse con Él de noche. Se trata de Nicodemo, un fariseo. Nicodemo se sentía atraído por Jesús: por sus enseñanzas, por su forma de ser, y por sus milagros. Pero no estaba listo para seguir a Jesús abiertamente. Si lo hubiera hecho, hubiese perdido todo. Su prestigio, su reputación, su posición en la sociedad. Por eso vino a ver a Jesús de noche, para no ser visto por nadie. Por eso Jesús le dijo inmediatamente: Nicodemo, tienes que nacer de nuevo. Tienes que nacer de lo alto. Los que nacen de la carne, no pueden entrar al cielo. Tienen que nacer del agua, y nacer del Espíritu. Tienen que ser bautizados. Pero para ser bautizado, hay que reconocer que se es pecador. Y ese era el gran problema de los fariseos. Ellos no se sentían pecadores. Ellos eran los maestros de la vida religiosa. Creían que eran perfectos. Pero Jesús le dijo a Nicodemo que él también necesitaba el perdón de Dios, y necesitaba comenzar de nuevo. Necesitaba ser guiado por el Espíritu de Dios. Y necesitaba creer en Jesús. Jesús le explicó a Nicodemo el plan de salvación. Le explicó que Él, al igual que la serpiente que levantó Moisés en el desierto, tenía que ser levantado. Le estaba hablando de la cruz. Todos los que miren a Jesús en la cruz, y crean en Él, serán salvos. Pero los que no crean, serán condenados. La condenación llega porque se rechaza la luz. Dios nos envió la solución. Dios nos envió al Salvador. Rechazar a Jesús es rechazar a Dios. Si rechazas a Dios, estás rechazando su amor y la única forma que Él dejó para que podamos ser salvos. Mira a Jesús, y acepta su sacrificio. Pide ser bautizado, y nace de nuevo. Que el Señor te bendiga.