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Jesús aseveró cosas muy grandes. Él dijo: "Yo soy la luz del mundo".  Pero lo que Él dijo, lo demostró. Aquí vemos como le devolvió la vista a un hombre ciego de nacimiento. Jesús pudo haber dado la orden, como en muchos otros milagros. Pero en ésta oportunidad, decidió usar su saliva, hizo lodo, y untó los ojos del ciego con barro. Tal como en la Creación, cuando creó a Adán del polvo de la tierra, Jesús usó el barro y sus manos para sanar a este hombre.  Luego le dio la orden de ir a lavarse en el estanque de Siloé. Desde el Templo hasta el estanque, había por lo menos unos 900 metros. Un camino relativamente largo para un ciego. Pero algo hizo que el ciego le creyera a Jesús. Fue, se lavó, y regreso viendo. Sus ojos habían sido abiertos. ¡Podía ver! Se puede ver su alegría, y su emoción cuando cuenta su testimonio. Fue interrogado duramente por los fariseos, que no creían que hubiese sido ciego, o que Jesús lo hubiese podido sanar. Pensaron que todo era una farsa. Pero todos lo conocían, porque siempre lo veían pidiendo limosna. Hasta sus padres confirmaron que había nacido ciego. Y por más presión que ejercieron los fariseos para destruir su fe, el ex-ciego solo demostró no tener razón para no creer en Jesús. 
Y tú, ¿ya le abriste tu corazón a Jesús? Solo los que creen en Jesús, recibirán la vista. La fe es absolutamente necesaria. Solo con fe podremos enfrentar todas las pruebas de la vida. Solo con la visión espiritual podremos entender de qué realmente se trata la vida. Sin fe en Jesús, permanecerás siendo un ciego espiritual. Cree en Jesús. Él es el que Dios envió. Él es su Hijo. Cree en Jesús, y pídele que abra tus ojos y tu corazón. Que el Señor te bendiga.