Nuevamente el pueblo de Israel empezó a hacer lo malo ante los ojos del Señor. Cuando Dios llamó a Gedeón, vemos que su propia familia tenía un altar dedicado a Baal y un poste dedicado a la diosa Asera. Gedeón no se sentía el indicado para libertar al pueblo de Israel. Pero el Ángel del Señor, es decir Cristo, le prometió que Él estaría a su lado, y le daría la victoria contra los madianitas. Los madianitas y sus aliados eran muy despiadados. En vez de cobrar un tributo, venían y asolaban la tierra. Destruían o se llevaban todos los cultivos, y mataban al ganado de Israel. La nación escogida estaba en la ruina. Tenían que vivir escondidos en las cuevas. Y solo entonces, en su mayor desesperación, clamaron al Señor. Vemos en Gedeón un hombre temeroso de Dios, pero que necesitaba que Dios le garantizara su presencia. Y Dios, en su misericordia, le dio pruebas contundentes de su presencia y de su poder. Para Dios no hay nada imposible. ¿Qué pide Dios? Que derribemos todos los altares idolátricos que puedan haber en nuestra vida. Que confiemos en su amor, su poder y su misericordia. Y que le sirvamos únicamente a Él. Que el Señor te bendiga.