Si estamos hablando del sistema de sacrificios, del templo, de los sacerdotes, al llegar a las ofrendas, por supuesto que éstas también debían ser santas. Las ofrendas debían ser animales sin defecto alguno. No se podía traer un animal ciego, o con la pierna quebrada, o con una afección de la piel. Ninguna de esas ofrendas debían ser aceptadas sobre el altar del Señor. La razón básica para dar esta ordenanza, que por lo demás, parece obvia, es porque el Señor se merece lo mejor de nosotros. Es posible que algún israelita o extranjero quisiera aprovechar su ofrenda para deshacerse de algún animal enfermo o dañado. Así es el corazón humano; a veces puede ser muy egoísta. Las ofrendas debían ser santas y perfectas, ya que éstas apuntaban al Cordero de Dios, Cristo Jesús, quien quita el pecado del mundo. Hoy ya no se ofrecen animales como ofrendas, porque la ofrenda por excelencia ya fue presentada: Cristo Jesús. Pero las ofrendas que hoy tú llevas al templo, son para promover el avance de la obra y para el sostén de los ministros. No le robemos al Señor, y siempre démosle lo mejor de nosotros. Que el Señor te bendiga.