Para hacer reaccionar a su pueblo, Dios les envía este potente mensaje mediante el profeta Malaquías: ¡No sean desleales con la esposa de su juventud! ¡Cuiden su espíritu! La deslealtad comienza en el corazón. Comienza en lo más íntimo de nuestro ser. Comienza como una fantasía: “necesito a alguien que me haga feliz”. “Necesito a alguien que me valore de verdad”. Es cierto que en el matrimonio pueden haber altos y bajos. Es cierto que pueden haber roces y malestares. Pero el Señor nos dice claramente que el divorcio no es la solución. El divorcio siempre deja heridas. El divorcio puede ser una experiencia muy abrumadora. Cuando Dios creó el matrimonio, lo creo para que fuera para toda la vida. “Ya no son dos, sino una sola carne”. Los esposos se unen en cuerpo y en espíritu. Separar a dos almas que están unidas, es algo muy doloroso, y cruel. El Señor declara que Él no escuchará la oración y no recibirá las ofrendas de quienes hagan tal crueldad. El Señor espera que cumplamos el pacto matrimonial. Y Él también espera que nos casemos con personas creyentes de mi misma fe. Muchos israelitas se habían casado con mujeres extranjeras que adoraban ídolos. El problema no era que fueran extranjeras. El problema era la idolatría. Los hijos de esa relación podrían terminar siendo idólatras, al igual que sus madres. Y eso llevaría a la nación santa, a perder completamente su identidad. Por eso todos los jóvenes deben tener mucho cuidado al elegir a su compañero(a) de toda la vida. Deben orar mucho pidiendo mucha sabiduría, para no unirse a personas que los podrían alejar de Dios. Que este mensaje del Señor encuentre cabida en nuestros corazones.