Este capítulo nos habla sobre la gran generosidad de Dios. Su deseo es abrir las ventanas de los cielos, y derramar bendiciones hasta que sobreabunden. Dios promete quitar todo aquello que podría afectar una cosecha abundante: insectos, plagas, y enfermedades. Dios tiene el poder para bendecir en extremo. Pero Dios tiene una condición: traigan los diezmos y las ofrendas a mi casa. Dios solo nos va a bendecir cuando lo pongamos en primer lugar. Dar el diezmo y la ofrenda es reconocer a Dios como el autor de todas las bendiciones. No hacerlo, es considerado por Dios como un robo, como una estafa. ¿Te gustaría ser considerado por Dios como alguien que le está estafando? Claro que no. Pero este capítulo también nos habla del mayor regalo que Dios nos ha dado: Dios prometió enviar a el Mesías. Dios mismo vendría a su templo, y vendría a lavar la maldad de su pueblo. ¿Cuál sería la señal? Dios enviaría primero a un mensajero que prepararía el camino. Esta profecía se cumplió en Juan el Bautista, y por supuesto, en Jesús. Jesús, el Señor, vino a su Templo. E hizo lo que dijo que iba a hacer. Esperar a un Mesías ahora, cuando ya no hay templo, es no entender el claro mensaje de Malaquías. Aceptemos a Jesús, y reconozcamos su señorío sobre nuestras vidas. Que el Señor te bendiga.