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En Cesarea de Filipo, al norte de Israel, justo a los pies del monte Hermón, Jesús preguntó: ¿Qué dice la gente acerca de mí? Luego les preguntó: ¿y uds, qué piensan? ¿Quién soy yo? Y entonces Pedro respondió: ¡Tú eres el Mesías!

Una vez que Pedro hace esta magistral confesión, Jesús les advierte: vamos a ir a Jerusalén, y ahí voy a sufrir. Se van a burlar de mi, y finalmente voy a morir. Pero al tercer día voy a resucitar. Jesús les estaba hablando de lo que Él había venido a hacer: dar su vida en rescate por muchos. Pero a Pedro no le gustó este plan, y reprendió a Jesús. “Jesús, no quiero que mueras. ¿Por qué habrías de morir? Mejor, no vayamos a Jerusalén, y así estarás a salvo”. Pedro no quería ver morir a Jesús. Estaba pensando de forma terrenal. Y se estaba volviendo un agente de Satanás para desanimar a Jesús. Y ahora Jesús reprende a Pedro, y advierte a la gente y a los discípulos, lo que Él espera de sus discípulos: 

Debe negarse a sí mismo 

Tomar su cruz

Y seguirle. 

Debe estar dispuesto a morir por Jesús. 

Si se afana por salvarse, se perderá. 

¿De que sirve tener todo, si no se tiene a Cristo? ¿Cuando vamos a entender que si tenemos a Cristo, lo tenemos todo? 

El propósito de esta vida no es conquistar el mundo. No es ganarlo todo. Es estar dispuesto a perderlo todo por causa de Cristo. Cuando llegue el día final, no puedo pagar por entrar al cielo. La salvación no está a la venta. Jesús la compró para nosotros, y nos la ofrece gratuitamente.