Jesús subió a un monte, y desde ahí comenzó a enseñarle y predicarle a una gran multitud que le seguía. Aquí Jesús les presenta la esencia de su ministerio. Él les dice: Yo no vine a abolir la Ley de Moisés. Yo vine a cumplirla. El cristianismo no es una religión que llega a deshacer todo lo dicho por Dios en el Antiguo Testamento. Jesús vino a explicar el verdadero sentido de la Ley. La Ley es un reflejo de quien es Dios. Refleja su carácter. Dios es justicia. Dios es amor. Dios es respeto. Dios es compasión. Lamentablemente el pueblo se había enfocado tanto en guardar los mandamientos, que se habían olvidado de lo que realmente representaban. Ellos eran expertos en guardar la Ley, pero no en reflejar el carácter de Dios. Por eso Jesús nos llama a ser la sal de la tierra. Y nos llama a no perder nuestro sabor. Nos llama a ser luz, y a que brillemos, para que todo el mundo pueda ver nuestras buenas obras, y vean que esto es obra del Espíritu Santo. Todos tienen que ver a través de nuestras acciones, al Dios al cual servimos. Jesús no vino a destruir la Ley. Él vino a darle su verdadero sentido. Dios espera de nosotros santidad. Pero esa santidad solo llegará cuando sintamos nuestra necesidad de Dios, y le pidamos que nos llene de su amor y de su presencia. Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.