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Creo que todos, tarde o temprano, podemos experimentar lo que aquí David expresa: dolor, sufrimiento, quebranto, y unas ganas de llorar incontrolables. Al parecer el rey David estaba pasando por una grave enfermedad. Quizás ya estaba avanzado en edad, y sufría de dolor en sus huesos. Para variar, sus enemigos probablemente se alegraban de verlo así. ¿Qué podemos hacer en momentos así? Clamar al Señor. David tomó todo su dolor, y se lo llevó al Señor en oración. ¿Cuál fue su petición? Señor, sáname. Restáurame. Pero con un propósito muy definido: Señor, si me sanas, que sea para yo seguir alabándote. Porque en la tumba, ya nadie te puede seguir alabando. Señor, si me sanas, que sea para que yo te siga adorando y sirviendo. Los hijos de Dios no somo inmunes a las enfermedades y a los problemas. Pero no tenemos que sufrir solos. El Señor ha prometido estar siempre a nuestro lado. Recuérdalo: no estás solo; no estás sola. Entrégale todas tus cargas al Señor. Que el Señor te bendiga.