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En el capítulo de ayer vimos como el pueblo murmuró por la falta de agua. Hoy vemos cómo ellos murmuraron por la falta de alimento. Tenían hambre. Y recordaban cómo comían pan y carne en abundancia en Egipto. Pero Moisés y Aarón, les decían que cada vez que murmuraban, no era contra ellos; ellos no eran sino los instrumentos humanos que el Señor utilizó para sacarlos de Egipto. En realidad ellos estaban murmurando contra el Señor. Y el relato parece mostrar que Dios estaba a punto de juzgarlos; pero en cambio nuevamente les mostró su amor y su misericordia, y les demostró su poder: les dio codornices por la noche, y el maná por la mañana. El maná tenía una doble función: mostrarles que Dios era quién satisfacía todas sus necesidades; y les enseñaba la importancia de la obediencia. El pueblo tenía que aprender a levantarse todas las mañana a buscar el maná. Tenían que sacar la cantidad exacta que necesitarían. Si sacaban más de la cuenta, lo que sobraba se descomponía y hedía. El único día que podían sacar más, era el viernes. Ahí debían recoger doble porción, ya que el sábado no caía el maná. Y ese era el único día que lo que sobraba, no se podría. Pero el relato nos dice que algunos en el pueblo no obedecieron el mandato del Señor. Algunos salieron a recoger maná el sábado, y no lo encontraron. El maná era un alimento que el Señor les proveía. No era algo natural. Era un milagro. Ellos tenían que aprender a confiar en Dios. Era Dios quién satisfacía todas sus necesidades. Y ellos tenían que aprender a honrar a Dios guardando el día que Él estableció como santo. El sábado sigue siendo el día del Señor. No hay otro día. Aprendamos a confiar en Dios y a obedecer sus mandamientos. Que el Señor te bendiga.