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El Buen Samaritano

             La parábola del buen samaritano comienza con una pregunta de un escriba para tentar a Jesús. No le interesaba la respuesta sino probarlo. Pero es una buena pregunta, quizás la más importante de nuestra vida: ¿Qué tengo que hacer para ir al cielo? O más personal: Jesús, ¿estas contento con mi vida? Jesús aprovecha su mala intención para recordarnos la ley inscrita en nuestros corazones: hemos sido creados para amar a Dios y al prójimo. Esa es la manera de encontrar la felicidad e ir al cielo. Si no estamos contentos con nosotros mismos, significa que no amamos a Dios lo suficiente. Cuanto más le amamos, más felices somos. Normalmente no miramos las cosas de esta manera. Mejor hubiera sido esta pregunta: ¿Cómo puedo amar más a Dios? El mundo intenta convencernos de que ser cristiano implica una lista de cosas negativas. Pero el resumen de la ley de Dios es positivo: amar. Todo surge de ese verbo tan atractivo. Deberíamos evitar todo lo que no nos ayuda a amar a Dios y a los demás.

            No contento de su respuesta, el escriba le hizo una segunda pregunta: ¿Quién es mi prójimo? Era un asunto debatido entre los doctores de la ley. Los judíos tienen muchas leyes. ¿Es mi familia, mis amigos o todo el mundo? Cuanto más se amplía el círculo, aparece más gente para amar. Es una buena pregunta para todos nosotros. ¿Cuál es la gente que Dios ha puesto a mí lado? ¿Debo también amar a mis enemigos y la gente que no me quiere?

            Gracias a esta pregunta Jesús nos ofrece una gran parábola, un resumen de nuestra fe cristiana. Solo Jesús puede sacar algo hermoso de una pregunta con segundas intenciones. Ese es el corazón del evangelio, parte de nuestra identidad cristiana. Está inscrita en lo más profundo de nuestra fe. La expresión ‘buen samaritano’ es parte de nuestro lenguaje, una persona que hace algo por los demás, sin esperar nada de vuelta. ¿Somos buenos samaritanos? Solemos ser más bien prácticos, pensando cómo podemos aprovecharnos de los demás. Deberíamos cambiar nuestra actitud: ¿Qué más puedo hacer yo por los demás?

            Criticamos al sacerdote y al levita por pasar de largo. ¿Qué haríamos nosotros si nos encontramos una noche con alguien tumbado en la calzada? Se nos ocurrían muchas excusas: está bebido, puede ser un truco para robarme, tengo mucha prisa. Recientemente hablaba con una feligresa que tuvo un accidente por la noche y nadie paró para ayudarla. Tuvo que ponerse en medio de la carretera para parar un coche.

            ¿Quién es el verdadero samaritano para mí? Jesús. Cuando el pecado nos roba nuestra dignidad y nos deja medio muertos, Jesús viene a nuestro encuentro con el aceite y el vino de los sacramentos y nos cura de nuestras heridas. Pero primero tenemos que reconocer los efectos del pecado en nuestra alma, y después dejar que Jesús nos cure y nos lleve a la posada eterna.

 

josephpich@gmail.com