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La parábola de los primeros lugares

            Hoy vemos a Jesús comiendo en casa de un fariseo. Aprovecha las comidas para hablar con la gente y transmitir sus enseñanzas. Es importante sentarse a la mesa con nuestros familiares y amigos para pasar el tiempo juntos. Hoy en día la gente gasta el tiempo principalmente con sus pantallas, en vez de relacionarse con otros. Jesús aprovecha esos momentos para dar lecciones, en este caso una lección de humildad. Se dio cuenta de cómo la gente tomaba los mejores sitios y nos transmitió una parábola.

            La lección de hoy es muy práctica. Sus apóstoles vieron con sus propios ojos lo que les intentaba transmitir. Es normal que cuando vamos al cine a ver una película, a un estadio para asistir a un partido, o a un concierto de música, busquemos los mejores sitios para oír y para ver mejor. A Jesús le preocupaba más nuestra soberbia, que nos empuja a intentar ser los primeros. Ese fue el pecado de nuestros primeros padres, Adán y Eva, que se pusieron delante de Dios. Dicen que nuestra soberbia muere 24 horas después de muertos.

            En los antiguos libros de Teología Moral, los autores solían dibujar un edificio espiritual. Cada uno tenía sus teorías y diseñaba el edificio a su manera, con las puertas de la fe, esperanza y caridad, con las ventanas de las cuatro virtudes cardinales, las habitaciones de los siete dones del Espíritu Santo, y demás elementos. Todos ellos ponían como fundamento del edificio la humildad. Sin ella, toda la estructura espiritual se viene abajo. Sin humildad, antes o después el edificio se desmorona o se derrumba.

            Debemos reconocer que somos soberbios y que normalmente nos ponemos nosotros delante de Dios y de los demás. Es difícil aceptar nuestra nada. Es más fácil hacerlo si nos comparamos con Dios: él lo es todo y nosotros somos nada. Todo lo que tenemos viene de él. Solo tenemos nuestros buenos deseos y nuestros pecados. Si vemos a Dios como Padre, es más fácil vernos a nosotros como niños.

            Un joven fue a ver a un hombre santo y le preguntó cómo llegar a ser humildes: “Encuentra a alguien que sea más humilde que tú y haz algo por él.” Se fue, encontró un mendigo y lo invitó a comer. Se sintió mejor y se fue a ver al santo: “¿Soy ahora humilde?” El hombre santo respondió: “No, encuentra otra persona más humilde que tú y haz algo por él.” El joven se enfadó y le preguntó: “¿Cuántas veces tengo que hacerlo? ¿100 veces?” “Hasta que no encuentres nadie más humilde que tú.” Alguien dijo que Jesús tomó el último lugar en la tierra y nadie se lo puede quitar. Murió en la cruz por nosotros, un lugar reservado para los criminales. Si queremos estar más cerca de Jesús, tenemos que abajarnos a su nivel. Cuanto más bajos, más cerca. El beato Álvaro solía decir de la Virgen María: “Convencida de su pequeñez, nada la distraía de Dios.” Si hay alguien que podría ser orgullosa es ella. No hay nadie que posea más talentos y cualidades. Gente con muchas perfecciones viven en un pedestal y nos miran desde arriba hacia abajo. Con nuestra madre, pasa lo contrario; no hay nadie más accesible que ella. Porque no hay nada que la separe de Dios.

 

josephpich@gmail.com