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Corpus Christi 

         Hoy celebramos la presencia de Jesús en la Eucaristía. Miramos al milagro que cada día se produce, cuando el sacerdote pronuncia las palabras de la consagración durante la Misa, y transforma las substancias del pan y el vino en el cuerpo y sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Nunca podremos comprender plenamente el misterio que estamos contemplando.

         Me gusta mirar esta realidad desde el punto de vista de los trascendentales del ser, cuatro maneras de mirar a Dios, que reflejan su perfección infinita. El Primero es la verdad. Todo lo que es, tiene que ser verdadero. Es muy importante para nosotros saber lo que es la Eucaristía. La indiferencia de muchos católicos hoy en día proviene de que nos saben lo que es. No puedes valorar lo que no sabes. ¿Cómo no podemos venir a verlo con frecuencia, si pensamos que es un símbolo? ¿Cómo podemos adorar a Jesús en el tabernáculo, si no creemos que esté aquí? En el sagrario está escondido a nuestros ojos la verdad misma.

         El segundo es la bondad. Todo lo que es, tiene un elemento de bondad, por el mero hecho de serlo. Si Jesús está realmente aquí, esta iglesia debería ser el lugar más importante de nuestras vidas. Tendría que influenciarnos de tal manera que su presencia no nos pudiera dejar indiferentes. Los santos han obtenido de la Eucaristía toda la energía que necesitaban para hacer las cosas asombrosas que han hecho. Toda acción de cara a los pobres, a los necesitados, deberían basarse en horas de adoración en frente del sagrario, reconociendo que allí está el Jesús sin techo.

         El tercero es la belleza. Para ser bello algo tiene que existir. Tratamos de envolver a la Eucaristía con las cosas más bonitas y ricas que tenemos, mostrando al Señor que creemos en su presencia física. Las iglesias, los altares, los retablos, todas las cosas que utilizamos para la Misa, los ornamentos, los calices y copones, expresan el amor que tenemos por él, aunque nunca podremos ofrecerle lo que se merece. Es vedad que no necesita nada de lo que le damos, pero como seres humanos que somos, expresamos nuestro amor a los que amamos con oro y piedras preciosas. Jesús se puso muy contento cuando una mujer utilizó todo un frasco de alabastro con un perfume muy caro para ungir su cuerpo.

         El cuarto es la unidad. Como los demás trascendentales, este tiene mucho que ver con el ser, porque algo que es, si no conserva su unidad, desaparece. Jesús es la cabeza de la Iglesia y todos nosotros somos su cuerpo. Estamos todos unidos en la Eucaristía. Donde está Jesús, allí está su Iglesia, y todos estamos con él. Así que cuando vamos a comulgar, entramos en la unión más íntima posible. Cuando lo comemos su cuerpo forma parte de nosotros y nosotros de él. Santa Mónica antes de morir, le pidió a su hijo Agustín, que le recordara en la mesa del Señor. En cada Misa recordamos a los vivos y a los difuntos. Estamos todos juntos para renovar la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.

 

josephpich@gmail.com