La Asunción de la Virgen
Hoy es un día de alegría, un día de celebración, una inmensa fiesta de bienvenida en el cielo. Por fin Jesús trae a su madre con él, cuerpo y alma al cielo. Durante su Ascensión, Jesús subió con su propio poder. Hoy le deja sus cohetes a su madre, para estar juntos para siempre. Jesús no podía esperar más. La quiere tanto, que mientras estábamos despistados, se la llevó consigo. Lo entendemos y le pedimos a Jesús que nos ayude a amar cada día más a nuestras propias madres, hasta que un día podamos estar juntos con ellas en el cielo.
La Asunción de nuestra Madre es el último dogma mariano aprobado por la Iglesia, quizás porque es el último capítulo de su vida en la tierra. Pio XII definió solemnemente esta verdad en 1950: “la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial.” Consiguió en esta frase, mencionar los otros tres dogmas marianos, su Maternidad, Virginidad y Concepción Inmaculada. Sudáfrica fue el primer país que declaró a nuestra Señora de la Asunción como patrona de esta tierra. La primera catedral construida en la Ciudad del Cabo está dedicada a la huida de la sagrada familia a Egipto, recordando cuando Jesús niño vino a África. A la fiesta de hoy la podemos llamar la huida al cielo, o la vuelta de María a su casa celestial.
Hoy es un día de inmensa alegría en el cielo; sin embargo, para nosotros es un día un poco triste. Echamos de menos su presencia corporal. Nos hubiera gustado que Jesús nos hubiera dejado a su madre con nosotros en la tierra. Sabemos que Jesús está con nosotros en la Eucaristía y podemos decir que ella está con él haciéndole compañía. Ella nos recuerda su presencia cuando estamos distraídos. La echamos de menos porque ella es nuestra madre. Estamos orgullosos de ella. Tenemos dos madres, una terrenal y otra celestial. Las necesitamos las dos, una para nuestra vida natural y la otra para nuestra vida espiritual.
Dios quería a su madre con él, al mismo tiempo como Virgen y como Madre. Sólo ella puede ser ambas cosas al mismo tiempo, y así santificar ambos estados en la vida, y darnos ejemplo de casada y célibe. Hoy en día, los dos estados, virginidad y maternidad, son despreciados, ridiculizados y deconstruidos. Nuestra sociedad presenta una idea negativa de ellos. Van juntos, para bien o para mal. Cuando alabamos la maternidad, la virginidad brilla. Y, al contrario, cuando una es denigrada, la otra se hunde.
Nuestra Madre nos espera en el cielo. Jesús se fue a preparar un lugar para todos nosotros y María como buena madre se fue a comprobarlo. Madres saben lo que les gusta a sus hijos, que clase de colores, música y ambiente. Podemos aprovechar esta fiesta para fijar nuestros ojos en el cielo, fomentar la virtud de la esperanza, intentar acompañarla. Es peligroso el haber visto el cielo. Santos que han estado allí no quieren volver. Ambos, Jesús y su Madre, vendrán a recogernos un día, y llevarnos al lugar preparado para nosotros.
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