En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios.
—Juan 1:1
¿Le parece que los días son cada vez más cortos? A mí sí, desde el día que cumplí 25 años
el tiempo pasó volando, tanto que varios años me parecen como meses. Sencillamente el
tiempo no me sobra. Quisiera días más largos. Dios no tiene ese problema pues él no está
sujeto al tiempo ni al espacio. Él es eterno. ¿Por qué, entonces, se habla de él con relación
al principio?
El apóstol Juan nos afirma que el Verbo (Dios, el Hijo) ya existía en el principio. Dice esto
para mostrar que el Verbo, siendo eterno, un día ingresó al tiempo. En el texto que hoy
meditamos, el término el principio señala la frontera del tiempo con la eternidad. La
eternidad de Dios es aquella realidad que nunca deja de ser. Decir que el Verbo ya existía al
principio significa que él es eterno, y tan eterno como lo es Dios el Padre. En la Edad
Media alguien planteó, que puesto que los hijos son posteriores a los padres, el Verbo al ser
Hijo no podría ser eterno. Tomás de Aquino en su libro «Summa Theologica» recogió la
respuesta con la que solían poner fin a la cuestión: Solo se es padre desde que hay hijo. Por
tanto si el Padre es eterno el Hijo es eterno. Los cristianos no creemos que el Verbo sea
eterno debido a que la lógica lo respalde. Simplemente aceptamos lo que la Biblia enseña
acerca de Dios. La Biblia enseña que la eternidad pertenece a las tres personas de la
Trinidad. Pero también dice que el Verbo entró en el tiempo ¿Por qué lo hizo?
Dios, el Hijo, vino a nuestra realidad por la gracia de Dios. La misericordia divina tuvo
compasión de nosotros, frágiles y efímeras criaturas, que estábamos condenados a sufrir la
eterna ira de Dios a causa del pecado que forma parte de nuestra naturaleza humana. No
tenía que hacerlo. Pudo dejarnos a nuestra desgracia. Pero optó por salvarnos asumiendo
naturaleza humana para obedecer en lugar de nosotros y morir pagando nuestra deuda. Toda
nuestra perspectiva temporal ahora tiene visos de eternidad gracias a Él. En gratitud vamos
a querer vivir con la mirada puesta en lo eterno y no en lo temporal solamente.
Oración:
Señor, gracias porque por los méritos de tu Hijo Jesús nos has sacado del reino de las
tinieblas al reino de la luz para salvarnos de la muerte eterna y regalarnos la
bienaventuranza perpetua. Amén.